lunes, 5 de abril de 2010

Teatro: El tintero

Fue ver el espléndido cartel anunciador y el magnífico programa (obras de Bernardino Cerviño) y ya fue sabido que algo grande se estaba gestando. Tras la representación de El tintero, de Carlos Muñiz, cabe decir que las expectativas no se vieron defraudadas.

El director del Instituto, Luis Gutiérrez, destacó en su presentación el prolongado esfuerzo de los profesores y alumnos que durante meses habían educado su paciencia y su tesón (respectivamente) para preparar el espectáculo que iba a contemplarse. Juan José López (adaptador, director, productor ejecutivo, alma y espíritu, té y simpatía del proyecto) destacó el carácter colectivo del trabajo, repasando la tarea realizada por cada miembro del equipo, desde el primer actor hasta el último técnico, pasando por los profesores que han dedicado tantas horas a los decorados, el atrezzo, el sonido etc. y por los alumnos que con papeles completamente imprescindibles aunque menos vistosos que los estelares han hecho posible el éxito junto con los que con mover los decorados se han ido preparando para empresas mayores y los impagables técnicos sobre los que nunca caen los focos pero que sin ellos los focos no servirían para nada.

Y se abrió el telón. Y se vió que el maratón de ensayos no había sido en vano. Y se vió la mágica escenografía minimalista (Bernardino Cerviño) que parecía transformarse ella sola blanca sobre negro entre las sombras (aunque la movían Aya, Kenza, Kawtar y Nada). Y se oyó a la perfección a los actores que se sabían su papel y se creían a sus personajes. Y se rieron los golpes de efecto. Y se espesó el silencio cuando el mensaje era serio. Y se aplaudió sin esfuerzo tras cada escena. Y a nadie le gustó que la obra se acabara.

Tras los saludos y reverencias, tras los homenajes de los actores a los profesores que los ayudaron a hacerlo posible, corrió de boca en boca el mérito de Brandán que aguantó más de una hora en escena, la contagiosa fuerza de Kawtar, la prestancia de Hamza, la eficacia de Ali y Ali (Souissi y Benattia), lo ajustado del desempeño de Amin, Ambar y Chaymae, la profesionalidad de los Pim, Pam, Pum (Artro, Ismael e Ignacio) y qué grande había sido la selección y edición de la música (Juan José López y Jesús Huerta) y el manejo de las mesas de luces y sonido (Adrián).

El salón de actos estaba lleno, el público era muy variopinto: alumnos, padres, bastantes antiguos alumnos (¿será que algo echan de menos de los años pasados en el instituto?), el profesorado, invitados. Todos se fueron contentos.

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