RAMÓN (1888-1963) EN EL CINCUENTENARIO DE SU MUERTE
En el marco del Abril Cultural, el Severo Ochoa celebra el vuelo de la imaginación de Ramón a través de esta exposición-homenaje en el cincuentenario de su muerte. Consta de una proyección audiovisual con fotos, carteles, obras, testimonios sobre su obra (obra del profesor Jorge Molero), un conjunto de greguerías visuales (de los alumnos de 4º C coordinados por el profesor Bernardino Cerviño), unas cartulinas con dibujos de alumnos de 1º y 2º de ESO, y una muestra de libros de o sobre Ramón (del Instituto Cervantes, del Severo Ochoa y de colecciones particulares).
¿Quién no conoce a Ramón Gómez de la Serna? En un arranque de sinceridad, creo que la mayoría no conocemos a Ramón, pero todos hemos oído hablar de Ramón. Comenzaremos por aclarar que Ramón no se deja atrapar, que es inclasificable, original, refractario a cualquier método convencional de análisis. Fernández Almagro habló de la “generación unipersonal” de Ramón.
Madrileño criado en la Plaza Mayor, nace en 1888 y se educa entre Madrid y Palencia. Mal estudiante de Derecho, pero prometedor periodista, funda la revista Prometeo, al estilo del otro dandy del periodismo, Larra, donde hacía de todo, y colaboró con algunos de los mejores periódicos del momento: La Tribuna, El Liberal, la Revista de Occidente, El Sol o Cruz y Raya. Incluso se enamoró de una biógrafa de Larra, Carmen de Burgos, con quien mantuvo una tortuosa e intermitente relación.
Hizo uso de la libertad creadora mediante su desbordada imaginación. Introdujo y tradujo los panfletos vanguardistas de los años veinte, en un intento por equiparar la provinciana cultura española al concepto de la nueva literatura procedente de la gran metrópoli europea, que conoció de primera mano en sus viajes por París, Londres, Nápoles, Lisboa.
Cultivó el sentido culto del humor en extrañas conferencias y en su trono del café Pombo, en los aledaños de la Puerta del Sol. Junto a Chaplin, formó parte de la Academia Francesa del Humor. Refrescó la literatura con la incongruencia de un clown.
Se erigió en centro de gravedad del ramonismo y de la estética que propugnaba, desde su casa de la calle de Velázquez, abigarrada, exuberante y caótica, desparramada entre cachivaches del Rastro, animales de circo, muñecas de todos los tamaños y objetos absolutamente inútiles.
Sintetizó el teatro de lo imposible y la imposibilidad del teatro: “Parece como si el teatro fuese una panacea o panadería o Gran Almacén Universal, pronto a darnos de todo con sólo presentar un cheque en tres actos.” Su fantasía se nutría del teatro de las sábanas blancas que le enseñó su padre cuando era niño.
Le dio tiempo a glosar la vida de sus monstruos preferidos: Apollinaire, el Greco, Dalí, Maruja Mallo, Valle-Inclán.
Autoexiliado en Argentina desde 1936, se casó con Luisa Sofovich y allí vivió gran parte de sus últimos cuarenta años (con una apoteósica visita a Madrid en 1949). Desde temprano, fue construyendo su autobiografía literaria, Automoribundia.
Condensó su perpleja visión del mundo en cientos de greguerías desde 1910, perlas literarias, mitad humor mitad metáfora que, según Ramón, lo auparía a la fama mundial. Visto desde Ramón, el mundo es una enorme greguería. Jorge Guillén dijo: “a Ramón, en cuanto abre la boca, se le cae una greguería”.
Siempre estuvo en contradicción con el mundo, pero en una contradicción simpática y divertida, que refutaba las ideas aburridas y convencionales de la época que le tocó vivir. Diabético y flebítico, muere en enero de 1963 en Buenos Aires. Nunca nadie conjugó tan teatralmente el verbo ser.
Jesús Huerta, Departamento de lengua y literatura.
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